La muerte del cuerpo físico, independientemente de su naturaleza,
por vejez, enfermedad o por accidente bien se mira o mal se mira
dependiendo de la cultura.
Si es cierto que no todos aceptamos la muerte
mucho menos la de un ser allegado,
a pesar que sólo hace falta estar vivo para que ella llegue;
es aún más triste y doloroso ver a los muertos vivientes.
La muerte del alma en un cuerpo viviente... esa sí que es trágica.
Vemos a diario hombres y mujeres de alma fracturada,
almas vacías, insensibles a valores;
almas muertas que no se diferencian por estrato social,
sólo existen, con mejor o peor olor o aspecto.
Las estadísticas semanales deberían hablar de cuántos muertos
le dan muerte a los vivos.
Aumentaría el conteo...
Seres que violan, que secuestran, que roban, que torturan
que matan a vivos y a otros muertos igual que ellos.
Y tan o más lamentable es que estos muertos vivos
le dan vida a futuros muertos vivos, que mal aprenden de ellos
su poco interés por el respeto a los seres,
a la humanidad... a Dios.
Que horror ver a niños crecer ya con el alma vacía,
y sólo los mueve el odio y resentimiento adosado...
desconocen el amor tanto como desconocen una cama limpia
y un plato de comida caliente.
Los muertos andantes
se mantienen en niveles básicos de conciencia,
sin el menor interés de crecer;
desconocen la palabra trascender o evolucionar,
porque ya están putrefactos y carentes de sentido común;
comen, se reproducen sin conciencia alguna
y se defecan en la vida de los demás...
Esos muertos me afectan más,
porque caminan entre nosotros
y no imaginamos que nuestra vida
podría ser el blanco
de su miserable vida muerta...
Peggy
Septiembre 2005
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