El olor a tierra mojada, a frutas frescas, a incienso, a verde,
flotaba en el ambiente,
mientras en mis manos inquietas
trataban de reposar unas perlas de madera junto a algunas ofrendas.
Mi alma curiosa esperaba su turno
junto con otras nerviosas homólogas,
compartiendo en silencio gozo e incertidumbre,
con mágica ansiedad, con reiterado respeto, con deseo de merecer.
Los vivos colores enmarcaban con honor;
los colores con sus brillos; los colores con sus aromas,
componían y abrigaban con íntima pleitesía el ritual de comunión.
Los insectos, hijos menores de la natural creación
fungían de anfitriones, algunos con excitada euforia, pero anfitriones al fin,
daban su bienvenida e insistían en hacerse notar.
El sol también curioso quería asomarse entre el follaje,
aunque las nubes tenían palco preferencial. Pero no eran egoístas:
-Está bien, asómate de cuando en cuando, pero no te adueñes- le decían.
Más que calor y frío, tibieza y fresco se alternaban,
y hacían erizar la piel por su ir y venir.
Se estremece el cuerpo que me fue asignado como templo para mi alma,
un breve cuerpo, que por breve no es que sea frágil,
pero por breve que es, me queda pequeño el pecho por la emoción que salta en él.
La respiración profunda compite con el jadeo y sin ser egoísta:
-Esta bien, asómate de cuando en cuando, pero no te adueñes- le decía.
De este pequeño envoltorio, a veces uno de sus sentidos falla
a capricho del ambiente, se hincha, se expande, se distiende, se bate
y resta capacidades sumando profundidades; pero hoy no flaqueó.
Permitió permear una voz que superando lo físico pasó directo al alma,
esa que esperaba curiosa, bañándose con sus palabras,
las que al cantar hicieron con su efecto
competir las lágrimas de felicidad con las de la culpa,
pero no fueron egoístas y mezclándose dijeron:
-Está bien podemos asomarnos de cuando en cuando, sin adueñar-,
porque en el perdón se encuentra la libertad
y la gratitud brinda ahora con un gran compromiso.
Peggy
20.07.05
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